"Afortunadamente, la guerra es algo terrible. De lo contrario, podría llegar a gustarnos demasiado."

Robert E. Lee, general de los Estados Confederados de América










lunes, 11 de octubre de 2010

Brásidas, el genio olvidado (II)

Después de licenciar a la flota de Cnemo, Brásidas fue enviado en el 427 a.C. a buscar al almirante espartano Alcidas y servirle de asesor, como hiciera con Cnemo. Alcidas, había sido enviado con cuarenta naves a la ciudad de Mitilene, capital de la isla de Lesbos. Los mitileneos, que eran súbditos de Atenas, habían propuesto pasarse al bando espartano si se les enviaban tropas. Pero Alcidas, que no parecía estar muy interesado en la misión, se retrasó en la travesía y para cuando llegó, los atenienses habían descubierto la conjura y la ciudad estaba defendida por un nutrido contingente al mando del general ateniense Paques. Algunos peloponesios sugirieron lanzar un ataque por sorpresa, pero Alcidas lo que quería era volver a casa y ordenó retirada. Tras una huida frenética en al que escaparon por poco de una escuadra ateniense enviada por Paques y sufrieron una tempestad que les desvió de su rumbo, las naves de Alcidas llegaron al Peloponeso.
Para desesperación del almirante espartano, se encontró con Brásidas en Cilena y el joven, por el poder que le concedía el puesto de enviado del gobierno de Esparta,  le “convenció” de dirigirse con las naves a Corcira, sumida en una guerra civil. Dos facciones se disputaban el control de la isla, una a favor de la amistad con Atenas y otra que defendía la alianza con Corinto (recordemos, aliada de Esparta). Brásidas sabía que, por aquel entonces, en Naupacto, la base desde la cual Atenas controlaba la costa oeste de Grecia, solo había doce naves y, más importante, la base ya no estaba al mando de Formión, sino de un almirante llamado Nicóstrato.
Cuándo Brásidas y Alcidas llegaron a Corcira con cincuenta y tres naves, la facción pro ateniense se había impuesto y Nicóstrato se hallaba con sus naves en la ciudad, imponiendo la calma. La repentina aparición de las naves peloponesias conmocionó a los corcirenses, que armaron a sus naves de mala manera y las fueron mandando en cuanto estaban listas, de manera que atacaban en grupos pequeños. Para mayor asombro tanto de Nicóstrato como de Brásidas y Alcidas, que no podían creer la incompetencia de los corcirenses, algunas naves estaban tripuladas en parte por partidarios de Corinto, los cuales intentaron amotinarse a medio camino entre el puerto y la flota espartana. Mientras los corcirenses trataban de formar su escuadra y, ya de paso, se mataban entre sí, Nicóstrato salió del puerto en orden cerrado con sus doce naves, en un intento de ayudarles. Alcidas formó a su vez, enfrentando parte de su escuadra a los de Corcira y parte a los atenienses. Los peloponesios alineados frente a los corcirenses no tuvieron problemas, y tras vencer, viraron para apoyar a los que peleaban con Nicóstrato. Al verlo, el ateniense se retiró ordenadamente, asegurándose de dar tiempo a los corcirenses a alcanzar el puerto.
A pesar de la victoria, Alcidas no atacó Corcira ese mismo día. Al siguiente, Brásidas y otros oficiales aconsejaron al almirante no esperar más, pero este no les escuchó y puso a los hombres a devastar y saquear los alrededores. En esas estaban cuando se enteraron de que se aproximaban sesenta naves enviadas desde Atenas. Alcidas ordenó encantado la retirada al Peloponeso y Corcira quedó en manos de la facción pro ateniense y se desató una terrible purga contra los que habían sido partidarios de los peloponesios.

En el año 425 a.C., una flota ateniense al mando de Eurimendonte y Sófocles con órdenes de ir hasta Corcira, donde seguía la guerra civil, y de allí a Sicilia fue obligada por un temporal a hacer escala en Pilos. Esta ciudad, al suroeste del Peloponeso, se hallaba en Mesenia, territorio bajo el dominio de Esparta, pero carecía de guarnición. Con los atenienses viajaba Demóstenes, que había sido general hasta que le destituyeron por una catastrófica derrota en a manos de los Etolios en el 426 a.C. Iba con ellos como ciudadano ateniense, sin ningún mando oficial. El caso es que al llegar a Pilos, sugirió fortificarlo y usarlo como base para hostigar a Lacedemonia. La idea era buena, pues la ciudad goza de defensas naturales y desde ella se podría incitar a una rebelión ilota, la pesadilla del gobierno espartano. Los generales de la fuerza, no obstante, ignoraron a Demóstenes, probablemente cansados de soportar a un general caído en desgracia que se negaba a resignarse a su fortuna.

La batalla de Esfacteria, que sería la culminación de la contienda por Pilos,
demostró la vulnerabilidad de la falange hoplita frente a los escaramuzadores
armados con armas de proyectiles.

Pero el tiempo no mejoraba, y ante la imposibilidad de zarpar, el tedio y la molesta insistencia de Demóstenes, los atenienses terminaron por acceder. Una vez terminadas las fortificaciones y en cuanto las condiciones meteorológicas lo permitieron, Eurimendonte y Sófocles continuaron su viaje, pero dejaron en Pilos a Demóstenes con cinco naves y un puñado de hombres. Si bien los atenienses no dieron importancia a la ocurrencia del ex general, los lacedemonios la consideraron un problema mayúsculo. La amenaza de la sublevación ilota era mucho mayor ahora, y esa era la fibra sensible de la política espartana. Se cancelaron todas las operaciones y se ordenó a todos los contingentes próximos acudir sin dilación a Pilos. Pronto, empezaron a aparecer hoplitas espartanos ante la ciudad y naves bloqueando el puerto. Demóstenes envió dos barcos a rogar a Eurimendonte y Sófocles que volviesen cuánto antes.
La ofensiva espartana no se hizo esperar y mientras unos asaltaban las murallas, varios navíos intentaron un desembarco en la parte peor fortificada del puerto. Pero en la playa se colocó Demóstenes con un grupo de hoplitas escogidos. Entre los oficiales espartanos encargados del desembarco se hallaba Brásidas, cuya actuación  volvió a reafirmar su reputación:
“Quién más se destacó de todos fue Brásidas, pues estando al mando de un trirreme (navío de guerra), cuando vio que capitanes y pilotos vacilaban y se preocupaban por sus naves para no chocar, dadas las dificultades del lugar, aunque existiese la posibilidad de atracar, les gritó que no estaba bien que para preservar unos maderos consintiesen que los enemigos levantasen una fortificación en su país; les exhortaba incluso a romper las naves en el intento de forzar el desembarco; y a los aliados, que en ese instante no vacilasen en dar sus naves por los lacedemonios a cambio de los grandes beneficios recibidos, sino que intentasen encallar y desembarcar para apoderarse de los hombres y de la plaza.
Mientras aguijoneaba con esas palabras a los demás, personalmente obligó a su piloto a encallar y se dirigió a la escala. Cuando intentó desembarcar se lo impidieron los atenienses y, como recibiera numerosas heridas, perdió el conocimiento, cayendo en el hueco que hay entre los remeros y la borda…”
Tucídides, IV 11-12, Edición de Francisco Romero Cruz
Brásidas fue rescatado del combate pero no pudo participar en el resto de la batalla debido a las heridas, por lo que se limitó a observar impotente como los espartanos eran rechazados por la heroica defensa de Demóstenes. Poco después llegaron las naves de Eurimendonte y Sófocles y la batalla se tornó en desastre para los lacedemonios. Tuvieron que retirarse, pero además 420 hoplitas quedaron aislados en una pequeña isla en la entrada del puerto, Esfacteria. Lo que aconteció después es un episodio muy interesante, pero que no guarda relación alguna con Brásidas, por lo que lo dejaré para otra ocasión mejor.



jueves, 7 de octubre de 2010

Brásidas, el genio olvidado (I)

Decía en la introducción a esta serie de artículos que los generales que tomaron parte en la Guerra del Peloponeso han sido condenados al olvido. Mientras los estrategas que vencieron a los persas 50 años antes en las Guerras Médicas pasaron a la posteridad por un único triunfo, cómo es el caso de Milcíades en Maratón, generales cómo Nicias o Demóstenes, que dirigieron ejércitos a la victoria en numerosas ocasiones y sentaron las bases de la manera de combatir de occidente no aparecen ni nombrados en los libros de historia. Hubo un hombre que sufrió esto más que ningún otro: Brásidas el espartano.
Si uno busca Brásidas en alguno de los miles de libros con títulos similares a “Grandes Generales de la Historia”, no encontrará ni una sola referencia. Si, recurriendo a las nuevas tecnologías, nuestro hipotético investigador teclea Brásidas en un buscador, hallará alguna página que podrá ofrecerle algo de información, de forma bastante superficial y caótica. Y, sin embargo, el nombre de Brásidas bastó para hacer que los ejércitos atenienses temblasen de pavor y que las ciudades sometidas a Atenas se cambiasen de bando.
Brásidas, hijo de Télide, nació en Esparta, pero no sabemos la fecha exacta. Las referencias que sobre él hace Tucídides son exhaustivas en cuanto a sus acciones militares, pero escasas en lo demás. Cómo todo joven nacido en el seno de la selecta clase social spartiata (espartanos de pura sangre, pertenecientes a las familias más influyentes de Lacedemonia), Brásidas debió comenzar su formación militar a los 7 años en la Agoge, el programa que formaba a las nuevas generaciones para convertirlos en guerreros profesionales y devotamente entregados al servicio a la patria. Es posible que ya por entonces destacase entre sus compañeros, en cuyo caso pudo haber servido en la Krypteia, un grupo de jóvenes seleccionados para controlar a los ilotas y, en caso necesario, asesinar a aquellos potencialmente peligrosos. Me gustaría recalcar que todos los datos sobre la Krypteia, así como los de otras instituciones o procedimientos de la Agoge, son de dudosa credibilidad. Plutarco y otros autores hablan de ellos, pero dado que ningún espartano dejó constancia de ello y teniendo en cuenta lo cerrada de la sociedad espartana, me parece más que probable que no sean más que exageraciones o directamente invenciones que los atenienses y otros griegos propagaban acerca de “esos misteriosos lacedemonios”.
Fuera como fuese, Brásidas debió ganar su reconocimiento como hoplita (soldado de infantería pesada) de la ciudad-estado de Esparta a los veinte años. Durante el primer año de guerra (431 a.C.), el rey espartano Arquidamo II dirigió al grueso de las tropas peloponesias (espartanos y aliados) para invadir el Ática y arrasar los alrededores de Atenas. Pericles, que gobernaba la ciudad por entonces, no salió a enfrentárseles, consciente de la superioridad cualitativa del ejército de Arquidamo. En su lugar, ordenó que se dispusiesen las cien mejores naves para costear el Peloponeso y causar tanto daño como pudiesen. Así se hizo y poco después, la escuadra ateniense zarpó del puerto de El Pireo. Entretanto, Brásidas estaba destacado al mando de una guarnición de cien hoplitas en Metona, al sur del Peloponeso. Este dato, primero que da Tucídides sobre el espartano, nos hace suponer que ya debía haber llamado la atención entre sus compañeros, puesto que tenía mando sobre una tropa considerable, pero que aún no había demostrado sus dotes, dado que su destino en una guarnición costera lejos del principal marco de operaciones no es especialmente prometedor. Asimismo, este puesto revela que no debía de ser muy mayor, impresión que da el relato de Tucídides a lo largo del resto de la narración. Aunque, insisto, esto no son más que conjeturas.
Las cien naves atenienses, más algunas aliadas de Corciria y otros lugares, tuvieron la habilidad de desembarcar justo en Metona. Llevaban algo más de mil hoplitas y unos cuatrocientos arqueros, y estaban mandadas por Cárcino, Jenótimo y Sócrates (no el filósofo, claro está).Debieron pensar que la ciudad era una presa fácil: alejada, con una débil muralla y muy pocos defensores. Pero no contaban con la guarnición de Brásidas, y menos aún con la efectividad con la que esta actuaría.


“Casualmente se encontraba por esos contornos Brásidas el de Télide, un espartano, con tropas de vigilancia, y al enterarse acudió con cien hoplitas en ayuda de los del lugar. Tras cruzar por entre las tropas atenienses diseminadas por la comarca y atentas exclusivamente a la muralla, irrumpió en Metona y, aunque perdió unos pocos de los suyos en el ataque, se hizo con la ciudad; por esa proeza, la primera de esa clase en esta guerra, fue felicitado en Esparta.”

Tucídides, II 25, edición de Francisco Romero Cruz

Fue una victoria de importancia menor para la guerra, pero esto no le resta mérito. La rapidez, contundencia y arrojo del ataque de Brásidas fueron excepcionales, lo que le permitió expulsar a los atenienses. Estas características se convertirían en su sello personal, y volverían a ser la clave de la batalla más famosa del espartano, muchos años después, en Anfípolis.
La felicitación en Esparta significó un enorme ascenso para la reputación de Brásidas. Jenofonte, en su obra “Helénicas”, menciona que al año siguiente (430 a.C.) fue nombrado éforo epónimo. Los éforos eran cinco magistrados elegidos anualmente, y desempeñaban una función principal en el gobierno de Esparta. Uno de ellos, el epónimo, daba su nombre al año del mandato. Este honor fue el  concedido a Brásidas.
En el 429 a.C., se había abierto un nuevo frente en la costa oeste de Grecia. Desde la base de Naupacto, en Acarnania, el almirante ateniense Formión bloqueaba las rutas de entrada y salida del puerto de Corinto, aliada de Esparta. Formión derrotó a una flota muy superior a las órdenes del espartano Cnemo, anulando la presencia marítima de los peloponesios en la zona. Brásidas, junto con otros espartanos notables, fue enviado como asesor de Cnemo para concebir un mejor plan de batalla y asegurarse la derrota de los atenienses. Se trajeron más naves y se desarrolló una nueva estrategia. Entretanto, Formión empezaba a inquietarse y pidió refuerzos, pero se retrasaron. Finalmente, ambas flotas chocaron de nuevo. Cnemo y Brásidas no habían perdido el tiempo y consiguieron sorprender a Formión en orden de marcha mientras bordeaba la costa. Las naves peloponesias embistieron el flanco expuesto de los atenienses y capturaron nueve de las veinte naves en cuestión de minutos. Pero Formión era probablemente el almirante más dotado de toda Atenas. Consiguió, en una maniobra espectacular, que las restantes once naves evitasen la embestida y, virando, alcanzó Naupacto, donde se aprestó a la defensa. Uno de los once navíos quedó rezagado y antes de llegar al puerto le cortó el paso un barco peloponesio. Los atenienses observaban impotentes desde Naupacto la situación, sin poder socorrer al compañero, que daban por perdido. Pero la nave ateniense embistió con el ariete a la peloponesia y la mandó a pique. A la vista de esto, Formión ordenó avanzar a sus barcos para cubrir al heroico navío y en el envite, hicieron huir a los peloponesios, por lo que la batalla quedó en tablas.  
Los espartanos, al contrario que los atenienses, no tenían ninguna tradición marinera y eran inexpertos en la guerra naval.
Poco después llegaron los refuerzos de Atenas y Cnemo perdió la esperanza de tomar Naupacto. Brásidas, sin embargo, consideraba humillante volver a Esparta sin más logros que la captura de nueve barcos. Convenció a Cnemo de hacer una intentona contra el propio El Pireo, el puerto de Atenas. Era una idea tan audaz que rozaba la locura, pero Cnemo tampoco quería terminar su misión sin una victoria. Dado que El Pireo se hallaba al otro lado de Grecia, mandaron un mensaje para que se preparasen barcos en la costa este, y ellos cruzaron a pie el istmo de Corinto con los marineros llevando sus remos hasta donde aguardaban cuarenta barcos.
Una vez zarparon, hicieron escala en Salamina, donde capturaron tres navíos de vigilancia y devastaron las inmediaciones. El Pireo estaba desguarnecido, y cuando los atenienses vieron el humo venir de Salamina, cundió el pánico. De haber atacado, Cnemo y Brásidas hubiesen tomado el puerto, pero se entretuvieron y para cuando se dieron cuenta, se habían botado varias naves para proteger El Pireo. Indeciso, Cnemo optó por abandonar y finalmente la cosa quedó en nada.



martes, 5 de octubre de 2010

Generales de la Guerra del Peloponeso: Introducción

Con esta entrada pretendo iniciar una serie de pequeños artículos en los que trataré sobre los principales generales que dirigieron a los ejércitos de Atenas y Esparta en la Guerra del Peloponeso (431-404a.C). Este es, a mi entender, un conflicto de enorme importancia que ha sido injustamente olvidado. El motivo de este maltrato puede encontrarse tal vez en el hecho de que el conflicto transcurrió entre las Guerras Médicas y las campañas de Alejandro Magno. Es probable que los griegos, que son quienes nos dejaron el registro de la historia, prefiriesen rememorar las hazañas contra los persas que una sangrienta guerra civil.

Las principales víctimas de esta amnesia colectiva son los comandantes, más que las batallas. Con las excepciones de dos o tres afortunados, como Pericles o Alcíbiades, la mayoría de los nombres que protagonizaron el mayor conflicto de la historia de Grecia han desaparecido. Por ello, deseo con esta serie  aportar mi granito de arena al rescate de la memoria de estos hombres que, sin duda, bien podrían figurar en las listas de grandes militares tanto como Temístocles o Milcíades.
Las Guerras Médicas (490-479 a.C.), en las que los griegos lucharon para mantenerse independientes del vecino y todopoderoso Imperio Persa,  dejaron al acabar una Grecia dividida por la tensión entre dos ciudades-estado (polis) que reclamaban el mérito de haber expulsado a los invasores. Por un lado, la cosmopolita Atenas, poseedora de la mayor flota después de la persa, lugar de encuentro para filósofos y artistas. Los atenienses habían pasado de ser una ciudad más a convertirse en la capital no oficial de Grecia en menos de cuatro décadas. Este ascenso de estatus se debía principalmente a las victorias de Maratón (490 a.C.) y Salamina (480 a.C.). Antes, Atenas era la ciudad más importante de la región central de Grecia, el Ática y era, además, la fundadora de un innovador sistema política, la democracia, que se estaba extendiendo por el resto de Grecia. Pero en ningún caso era una potencia equiparable a la ya por entonces imponente Esparta. El apoyar una revuelta de los jonios contra el rey persa Darío I que fue aplastada la hizo merecedora del gran honor, teniendo en cuenta su relevancia, de que un ejército persa fuese enviado con el único objetivo de arrasarla. En Maratón, contra todas las expectativas, en inferioridad numérica y contra unas tropas que habían conquistado desde la India hasta Bulgaria, los soldados atenienses derrotaron a los persas. Esta victoria salvó Atenas, pero los atenienses se encargaron de convencer al resto de polis que había salvado a Grecia entera. En el 480 a.C., El hijo de Darío, Jerjes, dirigió en persona un inmenso ejército para invadir Grecia. Tras el sacrificio del rey espartano Leónidas y trescientos de sus hombres en el paso de las Termópilas, Jerjes alcanzó Atenas. Guiados por Temístocles, los atenienses habían abandonado, no sin reticencia, la ciudad para refugiarse en la isla de Salamina. Jerjes quemó Atenas y lanzó a su flota en pos de Temístocles. En Salamina, varias ciudades griegas habían unido sus naves a las órdenes de los atenienses. Estos habían construido en el período de paz entre Maratón y las Termópilas una flota considerable que les requirió un esfuerzo económico enorme. Estos barcos, sumados a los de otras polis, derrotaron a la superior flota persa, lo que convenció a Jerjes de volver a Persia. Ocupar un territorio tan insignificante como Grecia no merecía para el rey tamaño esfuerzo.
Maratón y Salamina hicieron que muchas polis menores volviesen sus ojos hacia Atenas como la salvadora de Grecia y la única capaz de mantener a raya al resentido Imperio Aqueménida (persa).
La polis de Esparta, sin embargo, la veía más bien como una amenaza para su poder, una orgullosa y cada vez más ambiciosa ciudad que terminaría por subyugar a las demás. Los espartanos, más propiamente denominados lacedemonios, eran herederos de una rígida tradición militarista. Esparta, la capital de Lacedemonia, había ocupado el territorio vecino de Mesenia en el 730 a.C., estableciendo un régimen casi feudal. Los mesenios, o ilotas según el término espartano, trabajaban la tierra para los lacedemonios en unas condiciones de semiesclavitud y les entregaban una parte de la cosecha. Puesto que los ilotas duplicaban en número a la población de espartanos, estos últimos llegaron a la resolución de que para mantenerlos controlados, cada espartano debía valer por varios ilotas en caso de revuelta. A partir de finales del siglo VI a.C., todos los varones espartanos se educaron para ser soldados, servir al estado y morir por él si era necesario. La nueva política espartana se podía resumir en una frase: “Puesto que somos menos, tenemos que valer más”. El sustento lo conseguían los ilotas y las necesidades tales como herramientas, utensilios del hogar, ropa etc. eran producidas por los perioikoi, hombres libres no espartanos. Las artes y las ciencias no tenían cabida en Esparta, no había tiempo para ellas. Todo lo que se hacía tenía que ir destinado a servir a mantener el poderío del estado. Este brutal sistema creó el primer ejército propiamente dicho de la historia, y de él se valió Esparta para derrotar a todas las ciudades importantes vecinas hasta hacerse con la hegemonía del sur de Grecia, el Peloponeso.  Durante las Guerras Médicas, los espartanos tuvieron un papel de considerable importancia, protagonizando el episodio más famoso de este conflicto, la batalla del Paso de las Termópilas, muy conocido últimamente por la película “300” (2007, Zack Snyder), un largometraje sin ninguna base histórica en la que se usa esta heroica gesta como excusa para presentar 117 minutos de sangre y vísceras, tergiversando de una manera imperdonable la realidad. Además, vencieron en la batalla de Platea a las tropas que Jerjes dejó en Grecia al retirarse, poniendo fin a la contienda.
Después de la expulsión de los persas, Atenas fundó una coalición con todas las polis afines para defenderse de los persas. Se bautizó a la nueva alianza como la Liga de Delos. Lo cierto es que esta se convirtió pronto en algo más similar a un imperio ateniense que a una coalición de ciudades libres. Atenas dictaba la política de la Liga y controlaba al ejército, al que todas las demás ciudades contribuían con hombres, naves y alimentos. Los espartanos, cada vez más incómodos, empezaron a mover sus contactos para formar una contraliga.   
En el 431 a.C., la ciudad de Epidamnos, dependiente de Corcira (Corfú), solicitó ayuda a esta frente a un conflicto con bárbaros vecinos y exiliados de la ciudad. Corcira negó cualquier socorro, y Epidamnos ofreció a Corinto, ciudad importante en el extremo sur del istmo homónimo, convertirse en colonia suya a cambio de ayuda. Corinto aceptó, pero Corcira alegó que Epidamnos era ya su colonia y estalló un conflicto entre ambas.
Corcira derrotó inicialmente a Corinto en batalla naval, pero los corintios armaron una nueva flota más poderosa. Empezando a pensar si no habían cometido un error importante, los corcirenses mandaron una embajada a Atenas para pedir su apoyo. Atenas aceptó y envió naves para ir contra los corintios. Estos, aliados de Esparta, se quejaron de la arbitrariedad de los atenienses y los lacedemonios, considerando que Atenas había llegado demasiado lejos, se pusieron de parte de Corinto. Puesto que ningún bando cedió a los ultimátums, se dio comienzo a la mayor guerra de la historia de Grecia.
En realidad, Epidamnos fue la excusa para una guerra que  tarde o temprano tenía que estallar, al igual que el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo a manos de Gavrilo Princip. Atenas y Esparta eran dos ciudades opuestas en todo y con el claro objetivo de regir Grecia. Atenas pensaba que una victoria sobre Esparta afianzaría de forma definitiva su hegemonía y Esparta estaba convencida de que la única manera de terminar con el imperialismo ateniense era derrotándola por la fuerza de las armas. El conflicto de Corcira y Corinto era lo que ambas esperaban.
Tucídides, que nos dejó constancia de esta contienda en un espléndido trabajo de información,  escribió como prefacio a la Guerra del Peloponeso:
“Esta guerra -aunque los hombres mientras luchan siempre consideran la más importante la del momento y una vez terminada admiran más las del pasado- para quienes la examinen basándose en los sucesos mismos quedará claro que ha sido superior a aquellas.”